Discursos de amor y odio
No son buenos días para la libertad de expresión. La censura ha golpeado desde Caracas a Brasilia pasando por Londres, con un rebote en La UE. Por supuesto ninguna autoridad exigió “censura”, palabra que arrastra mala reputación: es la herramienta de la tiranía intolerante. El campo progresista, que se autopercibe como el del bien, la diversidad y la tolerancia no admite verse reflejado en ese espejo.
Hoy, la práctica adopta modos más o menos sofisticadas. A veces no mucho, como cuando Nicolás Maduro, aplastando la voluntad popular de las urnas, llama a “romper relaciones con WhatsApp” y suspende X por al menos 10 días. También acusó a la aplicación china TikTok de querer “una guerra civil” mientras promovía VenApp, una app al servicio de delación de opositores. Pero lo que sí merece resaltar es que Maduro coincide en el progresismo europeo en la argumentación. Llama a censurar, perdón, a proteger, porque sus detractores tienen un “discurso de odio”.
El odio es un sentimiento desagradable, una antipatía, una aversión. Se puede odiar el tiempo de París, al que se cuela en la cola, al asesino serial, la pizza con ananá, la injusticia en general. Algo muy distinto, es la forma que pueda tomar ese odio, tanto promover buenas acciones para que ese sentimiento desaparezca (irse a la playa, convertirse en voluntario) y se atenúe, o, al contrario, darle rienda suelta, incurriendo en delitos caracterizados en el código penal: llamar a ejercer la violencia, la discriminación racial, la difamación. Justamente, todas esas formas están ya tipificadas y son sancionadas según la gravedad en todas las sociedades donde existe hace rato el Estado de derecho.
La particularidad del concepto de “discurso de odio” -las definiciones varían entre países, regímenes e instituciones- es su nivel de abstracción, que más allá del crimen puntual (llamar a matar a fulo, a las personas de tal identidad o de tal pensamiento) busca criminalizar de manera amplia e indefinida el sentimiento que impregna un lenguaje que, en sí mismo, no incurre concretamente en una infracción.
La innovación del “discurso de odio” es que es un concepto difuso que puede ser utilizado antojadizamente por un régimen autoritario. ¿Quién decide qué es discurso de odio o indignación legítima. Difícil trazar la línea en un mundo donde el sentirse ofendido es pandemia. ¿Las caricaturas de Charlie Hebdo eran “discurso de odio”? ¿Decir que ser mujer depende de una realidad biológica es “discurso de odio”? Para muchos lo es. ¿Es necesario recordar que Rusia bloqueó Instagram por “mensajes de odio”, mientras acusaba a la casa madre Meta de ser “extremista”?
Maduro dice que lucha contra el odio al callar a quienes quieren democracia y ponen en duda su fraudulenta victoria. El odio es siempre el otro. Lejos del pintoresquismo caribeño o de la Rusia de Putin, otros gobiernos, democráticos, que tienen su definición de la verdad pueden decidir que los discursos que se apartan de lo que consideran cierto o falso incurre en un odio que debe ser castigado. Así lo utilizó por ejemplo el kirchnerismo en argentina a través de Modio, que se presentaba como un “Observatorio de la desinformación y la violencia simbólica en medios de prensa y plataformas digitales” y en la práctica funcionó para disciplinar el discurso público a favor del oficialismo. Como dijo en su momento la Sociedad Interamericana de Prensa “lamentamos que una vez más un gobierno argentino, como lo han intentado otros gobiernos en el país en varias épocas, busca juzgar la conducta y los criterios editoriales de los medios, decidiendo que es bueno o malo para la sociedad”. Cada gobierno con tendencias autoritarias sueña con tener su Ministerio de la Verdad.
“Cuidado con lo que posteas”
El Reino Unido está viviendo días convulsos. Nada que no se pudiese prever. Ahora, para preverlo había que escuchar a desagradables profetas. Los mensajeros fueron acusados de ser portadores de “discurso de odio”. Houellebecq era un paranoico islamofóbico, mientras sus novelas Plataforma y Sumisión no hicieron más que anticipar el 11 de septiembre y la ola de terrorismo islámico que golpeó Europa, en la primera, y la segunda narró con mucha precisión la alianza política de la izquierda identitaria y el islamismo que se han visto en las últimas elecciones legislativas francesas, sin ni hablar de los conflictos sociales étnico-religiosos que atraviesan Francia como el resto de Europa.
En vez de tacharlos de propagar el odio por brindar un pronóstico, deberían haber escuchado a Douglas Murray, que hace años anunció lo que se venía en La extraña muerte de Europa: Identidad, Inmigración, Islam, que un lustro después de su publicación se convirtió esta semana nuevamente en best-seller.
En estos días, hay británicos que llamaron a quemar hoteles utilizados por refugiados y mezquitas, y esos tienen que pagar por incitación al crimen. Ninguna sociedad civilizada puede tolerar que se exhorte a matar e incendiar viviendas o templos. El desencadenante de las violentas protestas fue el asesinato de tres niñas en Southport. Mientras la policía se abstenía de identificar al asesino, corrió el infundado rumor de que se trataba de un inmigrante musulmán. Sin embargo, el autor era británico, un joven de 17 años de origen ruandés nacido en Reino Unido.
Frente a comprensibles y fundamentadas detenciones de llamados al crimen, otras resultaban menos evidentes en cuanto a la sanción penal, como el caso de un trabajador de 51 años que ha sido condenado a tres meses de cárcel en Inglaterra por postear memes en Facebook. Es uno de tantos casos en estos días de arrestos por publicaciones en redes, mientras el gobierno te alerta que lo pienses dos veces antes de postear algo que pueda hacer que la policía golpee la puerta de tu casa. Y es aquí donde entra Elon Musk.
El dueño de Twitter se trenzó el lunes con el gobierno laborista británico. Puso en su cuenta un meme de Peter Griffin, el personaje del dibujo Family Guy, sentado en una silla eléctrica acompañado por el mensaje: “En 2030 por hacer un comentario en Facebook que no gustó al gobierno británico”. Musk, desde su cuenta con millones de seguidores, asegura que la izquierda británica llevará a una “inevitable guerra civil” por la inmigración y denunció una doble vara, afirmando que la policía está reprimiendo con mayor fuerza las manifestaciones de blancos que minorías, con el hashtag “TwoTierKeir”.
Esa misma semana, el Comisario Thierry Breton arremetió personalmente contra Musk, irónicamente desde X, conminándolo a que cumpla con la legislación europea “en el contexto de los recientes acontecimientos en el Reino Unido y en relación con la emisión prevista en su plataforma X de una conversación en directo entre un candidato presidencial estadounidense y usted, a la que también podrán acceder los usuarios de la UE”. Es decir, una amenaza velada de represalias por lo que el comisario de la UE consideraba una extralimitación en la libertad de expresión en Reino Unido y en Estados Unidos, que, recordemos, no están en la Unión Europea. ¿Hubiera lanzado la misma advertencia si la charla hubiese tenido lugar con Kamala Harris y no con Trump? Musk reaccionó de inmediato con un meme de la gran película Tropic Thunder invitándolo a “dar un paso atrás y, literalmente, a culearse su propia cara".
La Comisión Europea, sorpresivamente, le soltó la mano a Breton, que se había ido de boca. “El momento y la redacción de la carta no fueron coordinados ni acordados con la presidenta ni con los [comisionados]”, comentó oficialmente la Comisión en un comunicado.
Brazil
Musk y la libertad de expresión fueron también noticia en Brasil. Elon anunció que cerraba sus oficinas en el país sudamericano tras acusar al magistrado de la Corte Suprema Alexandre de Moraes de "amenazar" con meter en prisión a sus representantes legales si no acatan las resoluciones judiciales.
“Debido a las demandas de ‘Justicia’ de Alexandre de Moraes en Brasil que nos obligaría a romper (en secreto) la ley brasileña, argentina, estadounidense e internacional, X no tiene más remedio que cerrar sus operaciones locales en Brasil. Es una vergüenza para la justicia”, señaló Elon Musk en su cuenta de esa red social. “La decisión de cerrar la oficina de X en Brasil fue difícil, pero, si hubiéramos accedido a las exigencias (ilegales) de Alexandre de censura secreta y entrega de información privada, no habría forma de explicar nuestros actos sin avergonzarnos”, agregó.
Ni Maduro, ni Breton, ni Keir Starmer o Moraes dicen que quieren censurar y menos que son enemigos de la libertad de expresión. El argumento es que quieren proteger a los ciudadanos de los “discursos de odio” por alguien que consideran que es, y aquí otra expresión utilizada de manera antojadiza y difusa ,“de extrema derecha”, propagador de “fake news”. ¿Quién define lo que hay detrás de cada uno de estos términos entrecomillados? Ellos
Meme de Moraes como Voldemort publicado por Musk
Hay desinformación en Twitter? Sí. ¿Hay mensajes que ponen en peligro a personas? Sí, como los hay también en otras redes y en el bar de la esquina. Y justamente, Musk ha puesto en práctica el sistema de verificación más eficaz de todos, las Notas de la Comunidad, donde cada afirmación que tenga un importante número de vistas en caso de ser falsa es desmontada y ridiculizada de inmediato. El sistema es incluso mucho más sano que el de los servicios de verificación de la prensa tradicional, que eligen qué verifican (y qué no), tanto en el tema como el ángulo de la pesquisa, lo que permite el “cherry picking” de lo examinado, muchas veces el peor argumento del adversario político del medio verificador.
Lo que realmente está molestando al sistema es el no poder controlar más, no la noticia, sino la narrativa en la que se inscribe el famoso “discurso”. Es decir cuál es la noticia que importa y qué historia está contando acerca del mundo en el que vivimos. En el siglo 20 eso se arreglaba rápido, el ministro del Interior levantaba su teléfono y dictaba a los jefes de redacción cuáles eran las noticias y cómo debían ser presentadas en los medios de mayor difusión de radio y TV. Ya no. Y sí, en esta anarquía con una versión maximalista de la libertad de expresión pulula la desinformación y el agravio, pero quizás sea el mal menor teniendo en cuenta cuál es la alternativa.
Por último, está bien recordar que si masacres y desgracias han ocurrido con un discurso “de odio” previo, sobre todo las grandes calamidades de la historia fueron hechas no en nombre del odio, sino del amor, la igualdad y la justicia. De ahí que el camino al infierno esté pavimentado de buenas intenciones.